TEXTOS
Este Elogio se escribió con motivo de la concesión a Rosa Castellot del Galardón de las Bellas Artes y la Cultura de La Rioja, y se leyó en la Escuela Superior de Diseño de La Rioja el 27 de junio de 2022 en el acto público en el que se le entregó.
Rosa Castellot ha afirmado frecuentemente que la relevancia de su vida personal y de su carrera artística empieza con la exposición Un pequeño mundo, que presentó en diciembre de 2004 en la sala del Ayuntamiento de Logroño, y yo creo que eso no es cierto y voy a tratar de demostrarlo, porque Rosa es, como sabéis, demasiado humilde.
Para esa fecha, reciente todavía su jubilación como profesora de la Esdir, Rosa ya había desarrollado, por remitirnos exclusivamente a lo que hoy se reconoce con este Galardón, una biografía cuajada de vocación, aprendizaje, trabajo, reflexión, magisterio, generosa entrega y amor al arte.
Lo único que pasa en torno a esas fechas es que Rosa Castellot consigue el tiempo necesario para afrontar la posibilidad real de acometer un trabajo creativo -que nunca le fue ajeno- de una manera sistemática, exigente y entregada.
Pero Rosa ya era Rosa Castellot cuando, todavía muy pequeña, se siente atraída por los dibujos de su hermana mayor, que hacía preciosos mapas de geografía económica para sus estudios de Comercio y había generado en casa la suficiente fortuna crítica como para que sus acuarelas decoraran el pasillo. Todo lo que hacía Maruja la fascinaba, especialmente una mariquitina dibujada y recortada por ella a la que, cada vez que iban al cine, le renovaba completamente el vestuario con réplicas de los espectaculares modelos que lucían las actrices de los años 50. Todavía recuerda minuciosamente los detalles de un traje de noche para Barbara Stanwyck, con cuerpo bordado y falda de gasa plisada. Ahí, en casa, y así, aprendiendo con admiración cerca de quien sabe, es donde nace y empieza a crecer su afición por el dibujo, sentido ya como un mundo abierto a la maravilla.
En casa estimulaban ese vivo interés, y su padre le regaló muy pronto una caja de 24 lápices de colores “acuarelables” de la marca Swano. El día que, con 8 o 10 años, copió una ilustración del cuento titulado “Martinito el de la casa grande”, la familia concluyó que “la niña dibujaba muy bien”, y a partir de ahí dibujó de seguido, a veces copiando de libros o láminas y otras recreando escenas de la vida de su entorno adolescente.
Rosa ya era Rosa Castellot cuando en el colegio Atenea, donde estudió hasta los 14 años, tuvo la suerte de disfrutar de un auténtico profesor de dibujo formado en la facultad de Bellas Artes, Don Antonio Herrero, que iba por allí dos días a la semana. Y es Don Antonio quien, cuando terminó el colegio, recomienda a sus padres que la matriculen en Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, y Rosa aprueba en 1956 el ingreso en la prestigiosa institución de la calle Marqués de Cubas. Las clases eran vespertinas, y por las mañanas trabajaba con su padre en la carnicería familiar.
Cuatro profesores compartían la gran aula de dibujo y a Rosa le tocó la supervisión de Doña Ana Pallarés, que enseguida mostró interés por sus cualidades y esmerado aprendizaje. Doña Ana convenció al padre de lo que el padre ya sabía, y se ofreció para prepararla de cara al examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, lo que no entraba en los planes de nadie pero fue acogido por todos como una posibilidad de lo más estimulante. Y en 1963 ingresa en Bellas Artes, lo que no fue impedimento para que siguiera trabajando en el negocio familiar los sábados y durante las vacaciones. Como vemos, Rosa era ya mucha Rosa Castellot.
Hizo Bellas Artes tres años como alumna oficial y dos libre, porque se casó con Félix Reyes a mitad de carrera. A Felo, ya titulado como profesor de dibujo, le habían ofrecido en Logroño el puesto de profesor de Modelado y Vaciado, y le propuso que, si se casaban y se venía con él, lo aceptaría. Ante una petición de mano tan sofisticada, Rosa no tuvo otra opción más que aceptar, y al día siguiente de la boda, en septiembre de 1966, llegaron a Logroño, donde al año siguiente nació Elena y en el 68 Margarita. En esos años de luna de miel, traslados, embarazos, partos y crianza sacó tiempo para acabar la carrera, y, por si fuera poco, en enero del 69, a los dos meses de dar a luz, presentó su primera exposición en el Museo de La Rioja. Un ejemplo de mujer fuerte, indudablemente.
Primero estuvo en el Instituto Marqués de la Ensenada (hoy Sagasta) como profesora de dibujo, y a los dos años pasó a formar parte en la Escuela de Artes y Oficios de un Claustro muy reducido y esencialmente masculino, dando clase de Historia del Arte y completando horario con Dibujo y Proyectos decorativos. Enseguida demostró entre la comunidad educativa su capacidad organizadora y buena disposición, y, en consecuencia, recibía y aceptaba gustosa encargos de lo más complejo ligados a la ampliación y diversificación de la oferta educativa de la escuela.
Fue jefa de estudios durante bastantes años, algunos de ellos en sincronizado equipo con su querido Félix Reyes como director, y ambos pilotaron el arranque de la transformación de un centro hasta entonces sin enseñanzas regladas, volcado en los talleres y en cursos monográficos, en horarios vespertinos enfocados fundamentalmente a artesanos, profesionales y aficionados, hasta convertirlo, entre todos, en la ESDIR que hoy nos alberga.
Hasta su jubilación el 2 de diciembre de 2002, el mismo día en que cumple sesenta años, Rosa fue la memoria viva de la Escuela para todo lo referente a cualquier asunto administrativo o académico, entusiasta participante en la actualización e implantación de planes de estudios, en la organización de exposiciones de alumnos y profesores, en los viajes de estudios o en la facilitación y tutela del arranque de la vida laboral de los alumnos egresados. Y siempre era percibida, y es recordada todavía, con un lápiz en la mano, dibujando constantemente cenefas, esquemas, bocetos, planos, perfiles, alzados, carteles para las actividades escolares,… cualquier cosa para hacer mano, mantener firme el pulso y el ojo atento. Confiesa Rosa que trabajar en la Escuela ha sido para ella una gran satisfacción, y resulta evidente que esa fructífera relación ha sido un amor correspondido.
En definitiva, Rosa Castellot ya era Rosa Castellot desde mucho antes de 2004, mientras iba construyéndose como persona y como artista a la vez que ayudaba en todo lo posible para que otros muchos también lo lograran. En ese momento, la única circunstancia añadida es que ya dispone de todo el tiempo que necesita para sí misma y afronta decidida la posibilidad de dar rienda suelta (aunque controlada, eso sí, como siempre) a su eterna pasión por el dibujo.
Para las mujeres artistas, tan importante o más que la genérica reivindicación feminista de tener “una habitación propia”, ha sido siempre el control del tiempo necesario para poder acometer un trabajo creativo ambicioso y continuado, libre de las obligaciones familiares, de la intendencia doméstica, de la crianza, de la absorbente atención al desarrollo de la vida de los otros, a la facilitación de las carreras ajenas, al necesario trabajo remunerado para mantener la viabilidad del nido. Ese tiempo imprescindible que se escapa entre las manos irremediablemente mientras se va cobrando dolorosa conciencia de que somos poco más que el cada vez más escaso tiempo que nos queda, de que la obra personal no crece como debiera y de que día que pasa no vuelve.
Aquella exposición de 2004 acumulaba el trabajo de varios años y quizá por eso tenía un marcado carácter misceláneo, y, aunque recogía una amplia serie de paisajes, todavía predominaban los motivos de la vida doméstica y los retratos de su entorno afectivo inmediato. Por encima de la diversidad técnica y formal se manifestaba la ambición de Rosa por demostrar ante un público mucho más amplio que el habitual su realidad de artista plena, con un mundo creativo propio y técnicamente virtuoso. Demostraba allí las renovadas ganas de seguir su camino de siempre y su vocación de toda la vida, pero ahora con mayor ambición y a la vista de todos.
Es a partir de ese momento cuando Rosa Castellot afronta la construcción paulatina de una poética propia cada vez más precisa y depurada, que valora y atiende las aportaciones de la academia pero relegándolas a favor de sus intenciones y necesidades expresivas personales, de su afán por aprender directamente de la naturaleza siendo su propia maestra, siguiendo su silencioso camino, tentativo y apartado, en pos de la construcción de su personal mundo estético.
Desde entonces su vida está cada vez más volcada en la actividad artística, en atender su pulsión creadora, en el exigente afán por hacer y transmitir. Como los grandes, se retrata en lo que dibuja y dibuja lo que le conmueve, lo que le interesa, tratando de desvelar su misterio, y, fiel a su acendrada vocación pedagógica, poniendo al alcance de los demás el fruto de los delicados logros conseguidos por su esencial mirada, tratando de enseñar a ver más allá de lo evidente.
Desde entonces, el paisaje lo va ocupando todo paulatinamente, y su estrategia creadora se hace cada vez más sutil. Las obras, además de atender a sus valores particulares como piezas únicas, nacen dentro de un proyecto y con el objetivo expreso de exponerse juntas, pensadas desde el principio para un lugar determinado y bajo una idea unitaria enunciada en el título que las agrupa y define, con una intención común independientemente de que su soporte, formatos y técnicas sean diversos. Utilizando un símil musical que seguramente será de su agrado, podemos afirmar que para cada exposición Rosa Castellot compone un amplio ciclo de dibujos armonizados entre sí, a menudo recurrentes en tonalidades y técnicas, con la unidad interna que les aporta su intención y significado. Algo así como una delicada suite de concertados contrastes, una colección de arriesgadas variaciones complementarias, un rico álbum de expresivas canciones de sensaciones cambiantes. En definitiva, un delicado concierto de músicas calladas.
A través de ese proceso asistimos a la paulatina supeditación de la línea en favor de la mancha, y su trabajo se hace más pictórico, cada vez más atento a los volúmenes y a la plasmación de la atmósfera que envuelve a los asuntos elegidos. Se amplían los formatos, que en las exposiciones suelen articularse de forma secuencial, y los equilibrados montajes que diseña demuestran su singular capacidad para valorar las posibilidades del espacio expositivo, al que aporta orden, claridad y sosiego.
En sus obras busca nuevas luces y enfoques, y van apareciendo otros horizontes ligados frecuentemente a los viajes, aunque sin abandonar nunca el jardín doméstico y los panoramas próximos, siempre fiel a su devoción por la vida discreta, por el silencio que envuelve el sosiego de lo íntimo.
En Rosa se hace palpable el viejo axioma de que dibujar es desvelar, descubrir lo esencial a través del trabajo demorado sobre el atractivo motivo seleccionado, que siempre oculta su cualidad sustancial a la fugaz mirada cotidiana. Cada vez se hace más grande conforme gana en reflexiva autoexigencia, dejándose llevar por una actitud intuitiva en el mejor sentido de la palabra, de conocimiento basado en la percepción directa, inmediata, en la sensación.
Si hay un hilo conductor en su trabajo de los últimos veinte años, que, evidentemente, lo hay, es su entusiasta afán por redescubrir el paisaje a través de su atención sistemática, su análisis pormenorizado, su interiorización ensimismada, la captura de sus matices esenciales, imprescindibles para su delicada plasmación final sobre el papel. Es un proceso largo y exigente, solo al alcance de las grandes vocaciones dotadas de capacidades técnicas a la altura de ese don privilegiado, que se manifiesta en la aspiración por trascender a lo inmediatamente evidente tratando de hacer visible lo invisible, patente lo intangible, verbalizar lo inefable y transmitir la emoción, transformando tan esforzado proceso en obra artística para el goce estético propio y para el espectador, que nunca agradecerá lo suficiente el privilegio que se le brinda.
Siempre me ha parecido muy interesante la relación que Rosa mantiene con la fotografía, mucho más compleja que su mero valor instrumental como fiable soporte memorístico, como imagen congelada imprescindible para su demorada forma de trabajo. Siendo importante esa relación utilitaria, creo que el nexo está más en consonancia con lo que todas las artes plásticas han ido absorbiendo de la fotografía desde la acelerada difusión de la técnica a mediados del XIX hasta hoy mismo, de manera natural, como por ósmosis, impregnándolo todo, transmitiendo la importancia primordial de la impresión, de la emoción, de la mirada subjetiva, del dinamismo, del fragmento, del encuadre liberado de la rigidez formal atribuida a la intención clásica.
Mirar atentamente, seleccionar el asunto, encuadrar delimitándolo, controlar la luz con la precisión de un diafragma, ajustar, reencuadrar añadiendo una segunda intención, definir simplificando, corrigiendo, enfatizando, prescindiendo de lo superfluo, extrayendo lo esencial , sólo lo imprescindible; fijar el instante, captar la sensación, jugar con lo enfocado y lo desenfocado, con la profundidad de campo y con la iluminación adecuada. Podría parecer la enumeración pormenorizadamente disgregada del complejo proceso mental de un fotógrafo que se concreta en el instante del disparo y en la segunda oportunidad del laboratorio, pero es también el trayecto mucho más dilatado en el tiempo de una dibujante con las cualidades y la sensibilidad de Rosa Castellot.
Abordar la naturaleza como asunto artístico para transformarla en paisaje requiere esa intención expresa, esa exigencia intelectual, ese esfuerzo analítico por dejar al margen el turbio ruido inútil. Ir y volver al papel una y otra vez, retomar lo dejado, proseguir o corregir, sustraer o añadir en un proceso de meditación sosegada, tratando de aprender a ver más y mejor, más allá de la inmediatez instantánea, de la pulsión espontánea del disparo, del golpe de vista. Retornando a la metáfora musical podemos decir que Rosa desentraña la huidiza música de la naturaleza, identifica su delicada partitura y la plasma y nos la hace escuchar en sus evocadores dibujos, plenos de añorante emoción y asombrosa belleza.
El Galardón de Rosa Castellot es un premio merecido por muchos motivos, algunos mencionados expresamente por el Jurado, como su imprescindible impulso para el nacimiento y modélico desarrollo del proyecto Arte en la tierra, en Santa Lucía de Ocón. Otros, la mayoría, son notorios y de sobra conocidos por vosotros. Yo he querido destacar y quiero insistir en los que le son más propios y seguramente pasan más desapercibidos: en los discretos valores del cultivo de la afición vocacional, en el estudio sistemático, en la constancia, en la capacidad de entusiasmarse con lo pequeño, con lo más humilde, con una luz cambiante, con los silencios clamorosos, con la magia de la naturaleza y de los pasmosos fenómenos atmosféricos; quiero señalar su privilegiada capacidad para entender y transmitir el orden complejo que sabe apreciar en el sigiloso mundo rural, con los reflejos virtuosos que va dejando la presencia humana a través de la diaria lucha por la vida. Ese es el combate creativo de Rosa Castellot, y esa es su inagotable tarea.
Una buena noticia para los que la admiramos (y especialmente para ella, por lo que trasluce del optimismo de su estado de ánimo) es que, cuando le comunicaron la concesión del Galardón, la encontraron dibujando. Otra, que cuando se habló de la exposición que habitualmente complementa al premio, inmediatamente optó por una en la que pudiera mostrar su nuevo trabajo, inédito y en buena medida todavía por hacer, en vez de recurrir a una muestra antológica. Así demuestra Rosa Castellot una vez más sus ganas de vivir y de seguir haciendo, y una saludable incapacidad para recrearse en lo conseguido y dormirse en los laureles.
También fue un acierto su propuesta para que fuera este marco académico el que nos acogiera hoy, este lugar que conserva en su acceso una filacteria que relaciona delicadamente tres palabras esenciales de la cultura occidental: escuela, oficio y arte. Este lugar y esas palabras resumen la actitud que ha guiado la vida de Rosa Castellot: querer saber, aprender, lograr saber qué hacer y cómo hacerlo, hacerlo muy bien, con maestría, y saber transmitirlo de forma amable a los que a lo largo del camino se han ido acercando para aprender tanto de su pericia como de su actitud.
Por eso está hoy aquí, para recibir este merecido Galardón, tan bien acompañada por su adorada familia y por el amplio círculo de exalumnos, compañeros profesores, autoridades, viejos y nuevos amigos y rendidos admiradores que siempre agradeceremos su talento, su trabajo y su cariño.
Francisco Gestal
Rosa Castellot dibuja delicados paisajes con tal cuidado y precisión que su trabajo minucioso nos recuerda, salvando las distancias, a las finas imágenes elaboradas por el maestro del manga Jiro Taniguchi, donde el amor por el detalle y por las pequeñas cosas hacen del dibujo un espacio en el que respirar belleza y donde podemos aprender a ver las cualidades estéticas de nuestro entorno. Los reflexivos dibujos de Rosa Castellot nos traen a la mente la frase de John Berger que dice que “la actividad más profunda de todas es la de dibujar”8. Rosa Castellot observa con meticulosidad unas hierbas en el sendero, la nieve sobre los árboles o el reflejo de unas ramas en el río con el fin de conocer y aprehender lo que le rodea. Generalmente, el término dibujo alude a una representación gráfica de elementos, reales o imaginarios realizada con diferentes herramientas y sobre diversos soportes. En las artes visuales el dibujo puede entenderse como medio de expresión artística autónomo o como estudio preparatorio, a modo de boceto o proyecto, de una creación artística, arquitectónica o de diseño que será llevada a cabo con otras técnicas. En el siglo XX el dibujo como recurso artístico vivió una transformación importante, pues numerosos artistas sometieron el concepto tradicional de dibujo a examen crítico y ampliaron la definición del medio en relación con el gesto y la forma. El dibujo (entendido en su más amplia acepción) en el arte contemporáneo deriva de la reflexión más que de la observación, y el empleo que hacen de él los creadores actuales como Marta Beceiro, Natividad Bermejo, Rosa Castellot, Blanca Navas, Teresa Rodríguez o Antonia Santolaya pone de manifiesto su relevancia y diversidad como procedimiento expresivo. Y es que “El dibujo contemporáneo ha sido redefinido, reinventado y revigorizado. La amplia libertad en todas las formas de arte es una característica de nuestros tiempos y el dibujo ha estado en la vanguardia de la innovación”.
Mónica Yoldi López
(Fragmento del texto para el catálogo de la exposición Una rosa amarilla en la sala Amós Salvador de Logroño en 2017)
El primer paso del método empírico, requisito fundamental de la investigación científica, consiste en realizar observaciones de la naturaleza y esta es la principal característica en la obra de Rosa Castellot (Madrid, 1942). En sus paisajes percibimos la atención y el detenimiento con que la artista estudia la naturaleza que le rodea. Intuimos que su interés radica en llegar a comprender esa naturaleza que cada día pasea. El origen de sus obras procede de lugares geográficos perfectamente localizados sobre los que aporta su propia mirada. Apunta Francisco Jarauta que “la historia del paisaje es un reflejo de los modos de pensar, la sensibilidad de una época y la manera de interpretar la relación del hombre con la naturaleza”11, y en los trabajos de Rosa Castellot quedan al descubierto la forma de relacionarse con el entorno y de cómo interpreta estéticamente el mundo a partir de la naturaleza más próxima. En su serie de bellísimas imágenes en las que la noche es la protagonista, la oscuridad en la que permanece representado el horizonte no nos remite a la ausencia de luz, ni tampoco al miedo o al peligro tan asociado a este momento del final del día. Son escenas en las que pareciese que la artista, con la inteligencia que aporta fijar la mirada pacientemente en la naturaleza, hubiese encontrado la verdad, permitiéndole aceptar el pasado, el presente y el futuro. Quizá por ello, a pesar de la fuerza del negro apretado y denso con el que dibuja estas obras, nos transmite una profunda y serena tranquilidad.
Susana Baldor Ortíz
(Fragmento del texto para el catálogo de la exposición Una rosa amarilla en la sala Amós Salvador de Logroño en 2017)
Rosa Castellot (Madrid, 1942) me confesaba, en una entrevista que le realicé para confeccionar este texto, que cuando mira u observa algo en lo primero que piensa es en cómo dibujarlo. Es decir, su modo de ver está instintivamente ligado al dibujo; tanto es así que lo considera como “su método natural de expresión”, incluso obviando al lenguaje, por ser con el que mejor se relaciona y el que mejor comprende. Para apoyar esta idea me contaba, además, como esa fuerte relación de familiaridad con el dibujo hace que, por ejemplo, en una exposición de arte su mirada no sea capaz de ver nada más hasta que ha observado con detenimiento los dibujos de la muestra. Su primer acercamiento a la técnica no fue gestual o práctico, sino también observacional. Nació de la admiración por el desarrollo de esta técnica en manos ajenas, las de su hermana Maruja. Su hermana mayor, hasta que entró en la vida adulta, era una dibujante inagotable y fue quién descubrió el talento de Rosa y lo compartió con su familia. De esa manera, animada por el círculo familiar, comenzó a trabajar el dibujo con su primera caja 24 lápices de color Swano, que su padre le regaló a la edad de siete u ocho años. Fuera del ámbito familiar, en el ámbito educativo y académico, tuvo la suerte de encontrarse en el colegio con el que ella denomina como “un auténtico profesor de dibujo, D. Antonio Herrero”, quién aconsejó a sus padres para que le matricularan en una Escuela de Artes y Oficios. Así comenzó a asistir a clases de dibujo en la Escuela de Marqués de Cubas, donde la profesora Dª Ana Pallarés tras tres años en el centro solicitó el permiso paterno para prepararle para ingresar en Bellas Artes. Finalmente, en 1963 ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Los trabajos que presenta en Una rosa amarilla son la consecuencia de esos años formativos, pero sobre todo son reflejo de un episodio biográfico: cuando estableció su residencia en Santa Lucía de Ocón. “El paisaje se metió en mi retina y aún no ha salido”, resalta la artista para hacernos partícipes de por qué tras muchos años dedicados a dibujar figura se sumergió en el paisaje invadida por la belleza que halló en La Rioja. La colección de paisajes que presenta son dibujos a grafito, pastel y lápiz sobre papel y cartón. Están trabajados en blanco y negro -con todos sus matices intermedios- porque, según el modo de ver de Rosa Castellot, lo más interesante del paisaje no son sus colores sino “la atmósfera, los contrastes entre la luz y la sombra, el frío, el viento, la niebla, las estaciones… Todo lo que hace que un mismo paisaje sea distinto cada día. Aunque de vez en cuando tengo la necesidad de meter una nota de color que explique algo puntual que hay en ese paisaje”. Pese a llevar dibujando toda su vida considera que aún no ha consolidado una trayectoria o carrera artística. Desde 1969 hasta 2002 ejerció la docencia en el Instituto Práxedes Mateo Sagasta de Logroño como profesora de Dibujo y en la Escuela de Arte de Logroño como profesora de Proyectos y no se centró en desarrollar su obra personal hasta retirarse de la enseñanza. Durante este periodo, hasta la fecha, ha realizado exposiciones individuales en Logroño, Vitoria, Santander, Valladolid, Madrid, Salamanca, Cáceres, Las Palmas de Gran Canaria, Briñas (La Rioja) y Zaragoza y ha participado en numerosas colectivas. Su obra está presente en las colecciones de la Consejería de Educación, Cultura y Turismo del Gobierno de La Rioja, de la Fundación para la Biodiversidad (Madrid), del Museo del Dibujo Castillo de Larrés (Larrés, Huesca), de la Diputación de Valladolid, de la Fundación Caja Rioja-Bankia (Logroño, La Rioja) y en otras colecciones privadas de España, Italia, Reino Unido, Bélgica y Estados Unidos. Además, fue galardonada con el premio Mujeres en el Arte en La Rioja 2016 en reconocimiento a toda su carrera artística, y con el que quedó patente su dedicación y papel para contribuir a la evolución del arte en nuestra región a través de iniciativas como Arte en la Tierra, que dirige junto a Félix Reyes. La mirada de Rosa Castellot es ávida e inagotable, siempre en busca de nuevos matices. A través del dibujo intenta retratar lo que sus ojos ven y de la forma que lo hacen, como ella misma dice, “sin más pretensiones; como quien cuenta sus sentimientos a su familia o amigos esperando que los entiendan y compartan”. Para una artista como Rosa, siguiendo con las palabras de John Berger, dibujar es descubrir: “Es el acto mismo de dibujar lo que fuerza al artista a mirar el objeto que tiene delante, a diseccionarlo y volverlo a unir en su imaginación, o, si dibuja de memoria, lo que lo fuerza a ahondar en ella, hasta encontrar contenido de su propio almacén de observaciones pasadas”
Cristina Fernández Crespo
(Fragmento del texto para el catálogo de la exposición Una rosa amarilla en la sala Amós Salvador de Logroño en 2017)
“Al principio me quedé estupefacto por el efecto del aire extremadamente sutil y por el vasto espectáculo…
Después volví hacia mí mismo los ojos interiores…”
Francesco Petrarca
El 26 de marzo de 1366 Francesco Petrarca ascendió al Mont Ventoux1, impulsado por la lectura de un texto clásico de Tito Livio y por el deseo irresistible de subir a la montaña más alta de la región, con la única intención de contemplar el panorama que se divisaba desde allí. El gran poeta italiano, precursor del humanismo renacentista, narró en una carta escrita a su amigo y confesor, el agustino Dionisio de Borgo San Sepulcro, la preparación de la escalada, la dureza del ascenso, la conmoción estética que sintió al llegar a la cima y la consciencia -en pleno éxtasis estético- de que la mirada al mundo exterior debía completarse con una elaboración interior, con un ensimismamiento. El testimonio de Petrarca (independientemente de que el suceso fuera real o una impostura literaria, como llevan tiempo planteando algunos especialistas2), ha sido valorado por historiadores y teóricos3 como el punto de partida de la consideración cultural del paisaje en occidente, de la conmoción estética que puede producir la contemplación de la naturaleza.
Incluso la definición de paisaje como “cierta extensión de terreno que adquiere unidad e independencia gracias a la atención que alguien le presta” parece tener en cuenta a Petrarca. Y con más razón lo hacen los que se han aproximado a él desde la práctica artística: el territorio no se convierte en paisaje hasta que alguien lo mira y con su mirada lo recorta, lo interioriza y obtiene de ello placer, goce estético. Como ha dicho Claudio Guillén “es la mirada humana la que convierte la naturaleza en paisaje”4. Aplicando el argumento a nuestros intereses concretos podemos afirmar que es la mirada del artista la que crea la obra, resultando así que el paisaje como concepto se convierte también en metáfora del acto creativo.
Esto es lo que hace Rosa Castellot, lo que viene haciendo desde que en 2002, acabado su trabajo como profesora de artes plásticas, decidió dedicar su tiempo y su talento a la creación. En cada una de las exposiciones que nos ha regalado desde entonces el punto de partida está en su privilegiada mirada. Una mirada de paisajista aunque lo que mire no sea entorno natural, que se distancia para contemplar y mostrarnos la belleza que observa en el mundo.
Que el dibujo (tradicionalmente considerado herramienta auxiliar de las demás artes) sea la forma de expresión elegida por Rosa no ha hecho más que reforzar esa cualidad de su mirada. Como dice John Berger5, “Para el artista dibujar es descubrir. Es el acto de dibujar lo que fuerza al artista a mirar lo que tiene delante, a diseccionarlo y volverlo a unir en su imaginación. Lo fundamental para el dibujo es el acto específico de mirar.” El dibujo supone un tiempo de reflexión y disciplina, un espacio de consciencia, un espacio de silencio. Viendo sus dibujos es inevitable imaginar a la artista yendo permanentemente del paisaje al papel, que pensemos en que cada línea que traza su mano es la plasmación de una mirada que está interpretando la naturaleza para hacernos visible lo invisible. Cuando observamos uno de sus paisajes, ¿cuántas miradas de la artista han sido necesarias para ver lo que vemos? Hemos de ser conscientes de que en cada uno de sus dibujos nuestra mirada es la última que se suma a un paisaje contemplado innumerables veces.
Un repaso por sus exposiciones de estos años constata la permanencia de su peculiar mirada “fotográfica” (aunque no casual), demorada, siempre selectiva, y una tendencia (no sé si buscada o “encontrada”) a detenerse en la naturaleza viéndola bajo el velo de los fenómenos atmosféricos, de los permanentes cambios de la luz.
En el recuerdo queda que, al principio de su trayectoria, la mayor parte de sus dibujos mostraban la amabilidad y nostalgia de su entorno doméstico y familiar y, junto a ellos, algunos recortes de naturaleza próxima (seguramente la que veía a través de su ventana), entre los que brillaban, como marcando un camino a seguir, unos arbustos nevados, de pequeño formato, bellísimos en su blancura abstracta (foto 1). Después los paisajes fueron adquiriendo protagonismo, ganando en dimensiones y alejándose del territorio cotidiano. Ya en las últimas exposiciones los motivos fundamentales no eran los lugares, sino que fueron sustituidos por la fugacidad que los transforma, subrayando el paso del tiempo. Tras la muestra de 2013 en la Sala Tondón de Briñas, el Ebro, deslizándose sereno y cambiante, se pegó a su percepción y contaminó su visión interior (foto2). Cuando en 2014 tituló su exposición en el Museo de la Rioja Recortar el territorio, nos estaba mostrando no solo su magnífico trabajo, sino también su estrategia creativa: gracias a esa mirada sensible que contempla el mundo, lo selecciona, lo analiza y lo interpreta, una parte del territorio -en ese momento los encuadres fluyentes y serenos de los ríos- se había convertido en paisaje dibujado.
Con las obras que presenta en el Palacio de Montemuzo se confirma un proyecto artístico que partía del dominio de las técnicas del dibujo aprendidas en su juventud y dominadas a lo largo de los años. Aunque la belleza de los paisajes que podemos contemplar ahora no depende solo de su habilidad y virtuosismo, sino de que ha ido incorporando “la mirada de cazador” que reclamaba su amigo Juanjo Gómez Molina6 y de la que hemos oído hablar a la artista cuando cuenta que, cada vez más a menudo, al ver algo que le conmueve ya sólo piensa en dibujarlo, en atraparlo.
Es el caso del asombroso nocturno “La vaguada de noche”, resultado de un deslumbramiento de Rosa al mirar por la ventana de su casa. Por el tema, y porque captura ese momento del día en el que la luz y la oscuridad se enfrentan, he recordado otro hermoso dibujo de luna llena que podría ilustrar la carta de Petrarca: entre los detalles que jalonan su relato para integrarlo en su experiencia vital, afirma que cuando regresó a la posada era de noche y la luna llena brillaba (foto 3). También el trabajo de la artista se ha convertido en un documento autobiográfico en el que resulta evidente la correspondencia que ansiaba el poeta entre el paisaje exterior y el paisaje del alma, y en ese sentido, una práctica artística como el dibujo, que normalmente se asocia con la tradición clásica, se incorpora a los comportamientos creativos contemporáneos que hacen de la relación arte-vida su mejor expresión.
Por eso, al contemplar los trabajos de Rosa Castellot, percibimos que no sirven las categorías acuñadas por el romanticismo para clasificar los paisajes, porque sus dibujos no son ni sublimes, ni pintorescos. Son la expresión del alma de la artista. Son apacibles, silenciosos, son como ella, un reflejo de su estado de ánimo, de una vida madura que, como los ríos que dibuja, transcurre feliz y serena. Estos maravillosos paisajes que eluden los lugares, que los ocultan tras la cortina de la niebla, la nieve, las nubes o la noche, atrapan el tiempo y nos confirman que la artista estuvo allí, en ese momento, en esa orilla, y que los eligió para trasmitirnos sus emociones, convirtiéndolos en poemas visuales.
Que finalmente las orillas de los ríos se hayan convertido en el motivo preferido de la artista nos remite de nuevo a John Berger: “Cada marca que uno hace en el papel es una piedra pasadera desde la cual salta a la siguiente y así hasta que haya cruzado el tema dibujado como si fuera una río.” Pienso que esta reflexión no vale solo para comprender cada uno de sus trabajos, sino que sirve también para explicar su trayectoria. Cada exposición, una tras otra, ha sido “la piedra pasadera” que ha conducido a la artista hasta este momento de plenitud creativa que disfrutamos con ella: la celebración del paisaje.
Victoria Sotés Rodríguez
Catedrática de Historia del Arte
1 PETRARCA, Francesco, La ascensión al Mont Ventoux 26 de abril de 1336. Artium. Vitoria, 2002.
2 PÁEZ DE LA CADENA, Francisco. La conversio de Agustín en las Confesiones, traducida por Petrarca como una imitatio humanista. Una lectura de su polémica carta del Ventoux. Universidad de Alcalá, 2014
3 CALVO SERRALLER, Francisco. Los géneros de la pintura. Taurus. Madrid, 2005
MADERUELO, Javier, El paisaje. Génesis de un concepto. Abada. Madrid, 2005
SIMMEL, Georg. Filosofía del paisaje. 1905. Casimiro Libros, 2013.
4 GUILLÉN, Claudio. Paisaje y literatura o los fantasmas de la otredad. Actas del X Congreso de la Asociación de hispanistas de Barcelona, 1989
5 BERGER, John. Sobre el dibujo. Gustavo Gili. Barcelona, 2011
6 GÓMEZ MOLINA, Juan José (Coord.) Estrategias del dibujo en el arte contemporáneo. Cátedra. Madrid, 2006
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Antonio Machado
Cuando se vive inmersa en la naturaleza e incluso los reductos vivenciales
–el estudio sereno, la cocina transida de infinitos aromas, el comedor que flota en luces cenitales, la sala de los libros y el café interminable y las conversaciones azarosas al filo del crepúsculo henchido de rumores del predio circundante– han crecido entre frondas arbustivas y fragorosos árboles caudales que miran a la sierra y comparten sus lindes con campos de cultivo, y cuando los efluvios perfumados de papeles grafitos ceras lápices de color pasteles acuarelas y goma de borrar impregnan hasta el último rincón de la tersa oficina del talento donde se fragua al fin la visión de la vida y el mundo en derredor, parece inevitable que todo el universo, incluso el más cercano, reclame la mirada inquisitiva de nuestra dibujante, certera y rigurosa pero también rendida a la belleza indemne de cuanto le rodea y de todas las formas gestos luces volúmenes colores temperaturas vientos que descubre a diario en su vagar por sendas, caminos, barranqueras, bosques, sotos, riberas a la búsqueda siempre del pálpito profundo de cuanto vive al sol sobre la tierra.
A veces toma apuntes, rápidos e incisivos y a color si se tercia y las luces del sitio lo requieren, pero también conserva en ocasiones –como otro apunte más– el perfil decisivo del momento en breves instantáneas fotográficas, si bien unos y otras sólo le aportan luego referencias sucintas y vicarias acerca de la naturaleza del lugar, sus dimensiones plásticas y los rasgos visibles de su atmósfera, indicios que acaso contribuyan después en el estudio a recrear mejor las impresiones visuales y sensitivas y las experiencias emocionales que, de modo fragmentario y absolutamente selectivo, conserva su memoria de cada uno de los escenarios recorridos –nunca dibuja nada que no haya visto y respirado antes– y todavía más de las porciones de espacio físico y temporal elegidas instintivamente para intentar vivirlas con la intensidad que requiere la posterior traslación de los fenómenos y acontecimientos exteriores al mundo personal e íntimo de la artífice que apasionadamente desea dibujarlos.
Es la pasión –y el minucioso empeño y la destreza técnica y la memoria fértil y el aliento expresivo– con que Rosa contempla y se reinventa ese mar espigado y ondulante y esa siempre acuciosa endemia de Amapolas cuyo fulgente rojo de acuarela reina imperecedero en su fugacidad sobre los tenues grises del grafito progresando morosos al alcance de un lejano horizonte inaccesible; y se interna prudente, tiritando de gozo desmedido ante belleza tan inexplicable, por el Camino de la Cerradilla, firme bajo la nieve pero triste y liviano como un sueño sin música; y avanza temerosa o rendida al fulgor del follaje romántico –en forma proporción movimiento penumbra– de los enormes árboles custodios que flanquean incesantes el Camino en Sierra de Hez mientras cunden otoños que no terminan nunca; y descubre la nieve novísima y distinta de cada primavera fecundando al espino resiliente y eterno en Ocón y en Ventrosa, destinos siempre fijos del periplo riojano en el que persevera buscando las medidas exactas de la luz –La vaguada de noche– y el resuello primero del aire detenido –Otoño– en la alternancia de las estaciones.
Además de caminos y trochas y veredas, que no son sino cauces de infinitos sentidos para andar por la vida y disfrutar de ella, Rosa también frecuenta –apu-rando al extremo su admirable pericia gráfica y las ilimitadas virtualidades del claroscuro, sin menoscabo de las sutiles aportaciones del lápiz de color– las amenas orillas de otros cauces nutricios y fluviales, y en especial del opulento Ebro, que ve pasar la vida (dicen que el agua siempre se adelanta y, antes de que miremos, ya nos mira) y fluye imperturbable –pero no para siempre, como muy bien sabemos– y orillado por sotos, frondosas arboledas, arbustos de ribera, olmos y tamarices, álamos y mimbreras en el invierno crudo de Aradón, remansado y ligero reflejando en sus aguas nítidas o sombrías el copioso universo vegetal que alimenta; en Briñas casi al filo de la noche invernal repitiendo tenaz (en un claro ejercicio de leve expresionismo especular) la imagen de los montes aledaños, o profundo en otoño duplicando a lo lejos levísimos atisbos de floresta, o en los albores de la primavera esperando renuevos y luces indecisas bajo un cielo que todo lo presagia; en los Sotos de Alfaro feraz y luminoso celebrando el verano interminable y lánguido de las viejas novelas coloniales; y luego más abajo en el zaragozano Galacho de la Alfranca mostrando generoso el derroche de vida oculta e incesante sobre bajo y al margen de las aguas; y en Pastriz se detiene como un lago donde las cañas guardan con enhiesto desmayo no sólo sus orillas sino la inevitable memoria presentida de avenidas inmensas o cursa caudaloso lo mismo que un espejo cuyo insondable fondo nos descubre y nos mira sin prestar atención al resto de la vida que fluye más arriba y en miríadas de hojas se cubre de amarillo verde rojo ceniza cobre dorado blanco en un inacabable pandemónium inverso de otoño y alegría, como esa persistente celebración vital que Rosa Castellot oficia cada día redescubriendo la naturaleza y rescatando aún, con determinación y fantasía, cuantas visiones nuevas y distintas ha llegado a intuir e intenta recrear, para sí misma y para la volátil memoria colectiva, recorriendo señera colinas y vaguadas montes campos galachos senderos y riberas.
Rafael Ordóñez Fernández
Definir la idea que dé coherencia al proyecto. Recorrer el mundo que nos quiere desvelar seleccionando sus motivos del entorno cotidiano, de la memoria familiar, del paisaje próximo o de los fenómenos atmosféricos. Utilizar su dominio del dibujo, su mirada sensible y su encuadre fotográfico para recortar el territorio, interpretarlo y transfigurarlo, sabiendo que su papel no es reproducir la realidad sino hacer visible lo invisible. Regalarnos su poética aproximación a la vida.
Ese es el envidiable trabajo de esta artista.
Y sus bellísimos dibujos son el resultado.
Victoria Sotés
.Catedrática de Artes Plásticas y Diseño.
Recortar el territorio. Museo de La Rioja. 2014
Hay un perfume Zen, un algo de la sutileza del arte floral Ikebana, en la línea, en ese su verso plástico sugerido por el trazo que la mano y el corazón de Rosa Castellot nos fija sobre el papel.
Imagino a la artista sujetando el lápiz con la misma firmeza y la misma ligereza de la joven representada en la cubierta del Petit La Rousse, que retiene entre sus dedos gráciles la semilla vaporosa de un pissenlit y que con suavidad de beso a flor de labios, sopla en el penacho etéreo que se dispersa en alas de la brisa. Icono art nouveau. Me la figuro con igual gesto, sobre la punta agudizada para expandir los granos paracaidistas de su vilano de ensoñaciones.
Sus amados lápices, los cuida tan primorosamente como un acuarelista sus pinceles, o un músico su instrumento. Con sus lápices de grafito o de plomo, manejados unas veces en vertical, otras en varios grados de inclinación y sin olvidar las posibilidades de la estructura del soporte de papel, hace el milagro de plasmar el viento, la niebla, las nubes tormentosas o no, las luces del sol cuando se adormece, haciéndolo de una manera que nada parece estático. Tiene tal vitalidad su dibujo que nuestro subconsciente dinamiza la imagen, las nubes empiezan a moverse lentamente y el sol se apaga bajo trinos. Los matices de grises, de claro oscuros, de negro, dejan perplejo al observador por su belleza y su fuerza evocativa que hasta nos hace ver el color que no está.
No se puede evitar que la ingravidez de los dibujos, nos haga revolotear en la memoria ecos del arte ancestral de esos países del sol naciente; sin que tales resonancias subjetivas mermen, minimicen o ensombrezcan la obra de Rosa Castellot. Ella tiene su rasgo y su lenguaje.
Va más allá de la mirada, dibuja los que muchos no ven y pocos presienten, esa especial aura lírica, espiritual, ese sonido de arpa que exhala la vida y nos envuelve, y que es perceptible si se tiene el alma y el corazón con las ventanas abiertas de par en par.
Nos magnetiza su difícil facilidad, su difícil simplicidad, su facultad de captación. Su don que le permite sintetizar, ver y tocar el alma de las cosas y los seres. El pensar y el sentir de la artista está impregnado de la interconexión y el equilibrio de la Naturaleza, del Manitú de los indo americanos, pero también del Purusa hinduista, fuente del espíritu creativo femenino. Reverbera el Prana sánscrito, en sus obras principio trascendental, abrigo de todo lo que existe. Es probable que la artista no tenga conciencia de todo esto, pero el Tao está ahí.
Es Rosa Castellot una poeta. Su ver y sentir junto al agua cristalina de un riachuelo, a su gorjeo y a sus letanías; a la brizna y al árbol, lo expresa con estrofas dibujadas, surgidas desde el alma por la punta de sus lápices como maravillas por el extremo de una varita de sortilegios.
Sorprendentes sus arbustos nevados, donde la nieve no está, donde no es lo blanco quien destaca su presencia, sino los grises, las sombras las medias tintas y los trazos herbarios hechos como sin querer.
En sus paisajes, los detalles esenciales, los volúmenes aparecen como por encantamiento, con delicadeza de tul, de organdí, de élitro de libélula.
Viaje mágico por el Barranco de Santa Lucia, Guayadeque, el almendro del cruce, en Gran Canaria y por paisajes de Logroňo. Lugares que no solo miraremos, sino además resentiremos.
Francisco Lezcano Lezcano 2012.
Siempre me ha interesado la parte invisible del arte, el espacio abierto, lo que aún debe aparecer, la emoción intuida como espectador en los generosos objetos producidos por los artistas. Rosa Castellot no dibuja el paisaje, juraría que piensa que no le hace ninguna falta, Rosa es verdad.
Rosa Castellot camina por el paisaje como antes lo hiciera Caspar David Friedrich, aunque ella no aparece formalmente como parte de él, lo hace tomando nota de lo que modifica con su acción; la piedra que mueve, o el aire de su respiración sobre una brizna de hierba. También y al revés, que en este caso es lo mismo, el paisaje, la piedra o la brizna dibuja a Rosa.
Pero Rosa Castellot sabe que pase lo que pase todo sigue igual, los árboles, las piedras, la hierba, ella… todo es naturaleza sin pliegue ni resquicio. Sabe que dentro de lo mismo todo es igual, que es naturaleza en la naturaleza. Que lo que hay, está en el movimiento del continuo existir.
Por eso, si como Friedrich, Castellot pasea por el paisaje, lo mira para pronunciarlo como Alberto Caeiro cuando dice y se dice en él.
Mi mirada es nítida como un girasol.
Tengo la costumbre de andar por los caminos
mirando a la derecha y a la izquierda
y de vez en cuando mirando para atrás…
Y lo que veo a cada instante
es lo que nunca había visto antes,
y me doy buena cuenta de ello.
Sé sentir el asombro esencial
que tiene un niño si, al nacer,
de veras reparase en que nacía…
Me siento nacido a cada instante
a la eterna novedad del mundo…
(El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro)
Fernando Pesoa dibuja a Alberto Caeiro porque va a ser él, Alberto Caeiro, el nexo creado para contactar con la experiencia de la naturaleza.
Continuando con la lectura del poema de Caeiro se aprecia que Pesoa sabía de la imposibilidad que produce el pensar para acceder al origen, para comprender:
(…) Creo en el mundo como en una margarita,
porque lo veo. Pero no pienso en él,
porque pensar es no comprender…
(El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro)
Caeiro cree en el mundo por que lo ve, lo oye; lo percibe por los sentidos. No porque sepa qué es el mundo, qué es la naturaleza, sino porque ama:
(…) porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni qué es amar…
(El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro)
Caeiro habla del modo que se ama o que se debe amar, que ha de ser tan puro que no ha de pasar y aún menos residir en aspectos intelectuales y racionales. Estos versos entrarían en aparente contradicción con quien piensa en el amor como un acto de conocimiento, como, por ejemplo, queda contemplado en la cita de Paracelso con la que Erich Fromm abre su libro “El arte de amar”:
Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no
comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende
también ama, observa, ve… Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una
cosa, más grande es el amor… Quien cree que todas las frutas maduran al
mismo tiempo que las frutillas nada sabe acerca de las uvas.
Estas, en apariencia, diferentes maneras de acceder al amor quedan conciliadas en el mencionado libro de Erich Fromm, donde desarrolla el concepto de amor como un arte que involucra el conocimiento y el esfuerzo en cuanto a la acción que le da forma, frente a la estéril pasividad incapaz de producirlo; pero contando con la fuerza necesaria para mantener y potenciar la integridad e individualidad de quien ama. El amor como actividad permite seguir profundizando a partir de lo que somos en un “estar continuando” y esa actividad lleva a dar cabida a lo que se está amando, esa comprensión y ese aprender no es otra cosa que “dar”. Pero también ese “dar” es un “dar productivo” para quien ama, siendo la expresión de la potencia: la posibilidad de hacer emerger aquello que se lleva dentro, hacerlo aparecer como expresión vital, como expresión de todo aquello que se es.
Por eso los artistas saben amar (al menos a su obra). Por eso Rosa Castellot sabe amar; porque su herramienta de trabajo primera es el necesario conocimiento y esfuerzo para llegar en algún momento al saber; aunque ahora este camino de regreso parezca menos importante que el propio camino que tiene que hacer hasta llegar. Durante el trayecto comprende lo que recibe, es contenedora de ello, y eso es lo que vale (ese es su valor). Por lo tanto, la aparente contradicción surge del hablar de dos cosas diferentes; por un lado está la llegada a la experiencia y por otro la vuelta al mundo del saber para incorporar la experiencia aprehendida. Ese ir y volver comprende, da cabida al amor, y constituye la totalidad del camino aunque haya que diferenciar el ir del volver.
Paracelso lo teoriza; lo sabe y por lo tanto lo formula.
Pesoa lo sabe y quizá por esto, para hacer aparecer la poesía de Alberto Caeiro hace aparecer a Alberto Caeiro para que él, limpio y puro sea el receptor y por tanto, después, el transmisor de la palabra que dice la naturaleza. Así Alberto Caeiro está amando, está haciendo el esfuerzo, lo está aprehendiendo y dando. Rosa Castellot al igual que Fernando Pesoa dibuja a quien necesita para ir a la palabra que al volver dirá, la única diferencia que establece con Pesoa es que su heterónimo se llama como ella, Rosa Castellot. Y que aquí, en este texto, para diferenciarlas bastará con pensar en una o en otra.
Así, Rosa Castellot -nacida- en el lugar donde es junto a lo demás, accede a la palabra y la pronuncia para los oídos de Rosa y de todos los que contemplamos su obra.
William Turner como Alberto Caeiro es un artista que necesita estar para sentir (ha tenido que ir), “no pinto lo que sé, pinto lo que veo” igual que Rosa Castellot que comprendiendo la continua respuesta (el apercibimiento de la existencia) la da. Pero previamente para darla, construirá un orden del lenguaje.
Rosa Castellot como William Turner abandona el habitáculo donde está aquello dado por sabido y también imaginado; el lugar donde las palabras intercambiadas entre unos y otros producen razones y especulaciones. Lo hace para asomarse y entrar en lo que existe y, a partir de ahí, dejar que le penetre esa existencia a través de lo sensorial. Así, una vez vivido, existir en lo que existe; haciéndolo aparecer en lo que da.
Allí, en el lugar donde ocurre la naturaleza, a Rosa Castellot nacida, la primera y continua vivencia que tiene, es recibir lo que le es dado.
La autoridad de la naturaleza, su Saber, le comunica la experiencia como palabra dicha para que sea transmitida, para que vuelva-a-ser-pronunciada por ella (aprender: comprender el signo; decir: signi-ficar) la naturaleza se ha mostrado ante ella como dadora y de ella, de la naturaleza, aprende el dar, sin más; semilla portadora de la potencia que producirá lo que lleva dentro: su propia individualidad: su dicción, las palabras que la dicen; su dibujo: el trazo que la dibuja.
De esta manera dice, no interpreta. Dibuja lo sentido y por lo tanto se dibuja.
Rosa Castellot (desde la propia ordenación del lenguaje) re-signi-fica (vuelve-apronunciar-la-palabra), después de haber sido la receptora de su experiencia, delineando lo oído hasta que el parecido, a partir de la precisa atención, cumpla debidamente con la disciplina que ejecuta, para desde ahí, lo adquirido, ahora como parte de su conocimiento, pueda ser dicho. Hasta ese momento de comunicación la experiencia, la palabra, está guardada en el Saber y sólo puede acceder a ella por lo trascendente.
Ese viaje a la ascendencia, al lugar de procedencia, mediante el vehículo trascendental es lo que ha llevado a Rosa Castellot al principio, al origen donde transcurre la trasparencia de la naturaleza, lo cotidiano que evita el acontecimiento, lo anecdótico que desvía la atención.
En este lugar no existe el orden ni las jerarquías, toda la naturaleza palpita a la vez en su mismo centro, vida y muerte, luz y oscuridad, estructura y caos, estar y no estar.
Paso y me quedo, como el Universo.
(XLVIII, El guardador de rebaños. Alberto Caeiro)
De este modo Rosa Castellot accede a la naturaleza, situándose en el paisaje para formar parte de él y dibujarlo. Está dentro dibujando. Le resultaría imposible hacerlo desde fuera. Pertenece a él y a lo que el propio paisaje genera.
Su lugar es el dibujo y las coordenadas por las que se mueve indican el punto de coincidencia donde posa a la vez el grafito sobre el papel en el que está. A partir de ese momento crecen las plantas y los árboles a su alrededor con la misma naturalidad con la que crecen en la naturaleza en la que vivimos los espectadores de la obra de Rosa Castellot descubriéndonos que Rosa está dibujando allí, entre el papel y las sombras de sus lapiceros, entre el cielo y la tierra. Mientras, sobre la misma tierra que crece en continuo aparecer la vida, Rosa sobre el papel hace aparecer a Rosa.
Rosa Castellot, al igual que Alberto Caeiro o William Turner, parece desafiar a la naturaleza al convertir su experiencia en algo transmisible. Construye objetos con que poder mostrar lo aprehendido; cuando la experiencia que se da en el continuo existir no puede ser definida mediante la rigidez de las formas de los estáticos objetos. Pero en el caso de los artistas puede haber, hay una desvinculación, una independencia entre sentimiento y razón, aunque uno no puede ser sin el otro (ser y no ser, pasar y quedarse).
Cuando todo esto ha ocurrido y los artistas vuelven al lugar común, al habitáculo, al lugar de transmisión de los saberes y experiencias, serán ambas, emoción y conocimiento, las que compongan a cada uno con su heterónimo en la persona que los alberga; Rosa Castellot consigo misma.
José Carlos Balanza
2011
El miércoles ha sido un día especial en mi casa a lo largo del último año. Tenemos una bula especial para comer producto no-natural en forma de pasta… no me preguntéis su composición. Lo digo porque era miércoles cuando llamó Rosa. Comenté en casa que iba a escribir sobre una Artista. María me dice “de todas formas papá te metes en cada lío tu solito”.
Líos pueden ocurrir pero no es el caso, os aseguro que no.
Rosa desde hace tiempo, a pesar de la poca documentación de imagen que tengo sobre ella, y lo digo sin rubor, la tengo en forma de libro de cabecera, por motivo doble: de una parte disfruto sus composiciones, en no pocas ocasiones imposibles, mejor dicho casi imposibles, de otra ahuyenta mis fantasmas. Fantasmas que los tengo de todos colores, tamaños y condiciones y que dan notables quebraderos a mi pobre cabeza.
Ya tuve la ocasión de ver un avance de la presente exposición hace unos meses. Constaté que me encontraba ante una exposición de paisajes, cosa que internamente celebré: el paisaje me abre cierto puente entre la figuración y la abstracción. De otra parte sea precisamente en sus paisajes, donde se puede admirar más claramente su maestría compositiva, su exquisita pureza de líneas, su determinación en el trazo, aquí suavidad poética, allí energía y resolución, todo ello bajo la bandera del equilibrio. Un ejercicio de sensaciones que allanan el camino al ensimismamiento, desde el silencio hacia la soledad, en paz.
Es cierto, que existe una cierta dualidad entre ser actor y ser espectador de la actuación. Se lo reconozco a María -lo del lío-, no obstante, no solo expone el artista de turno, sino que todos los espectadores lo hacemos al tratar de integrar lo que se nos muestra, en nuestro histórico: aprehender y aprender. La única diferencia radica simplemente en hacerlo privado o público.
Hablando de procesos, personalmente considero el planteamiento inicial de un cuadro como un momento clave de la obra. Puedes abocetar un cuadro que va a generar todos los problemas del mundo, también puedes optar por lo contrario, para hacer de la comodidad virtud. Es de agradecer el artista que lleva al borde sus conocimientos y sus facultades técnicas, como dice un buen amigo común “al filo”.
En el caso que nos ocupa va al límite, bien preciado al arte, por simple necesidad de punto de partida en su condición de honesta artista. Todas sus dudas están de forma clara encima de la mesa, y deben ser resueltas mediante trabajo, técnica y pensamiento: plasticidad. ¿Reto de aquel pensamiento?... solucionar todos los problemas que quiso plantearse el artista en el momento inicial, para llegar a la coherencia, al equilibrio. Es transitar desde una intención en forma de boceto hasta el final.
Recuerdo uno de sus paisajes, en el que todo el primer plano era a baja luz ocupando todo el tercio izquierdo, el resto iba abriendo luces poco a poco, sin prisa, en forma de paisaje plano, una delicia. Lo tengo guardado con mucho cuidado en mi cabeza.
En esta exposición plantea, con los dos pies en tierra, un elemento: la naturaleza, y lo plantea con los instrumentos más humildes que existen: lapiceros y papel. La naturaleza le responde en el mismo plano de humildad. Siempre ha sido, es y será lo previo, padre y madre de donde todo surgió. En cierta ocasión comentando uno de sus cuadros escribí algo parecido: para mí tiene un halo Rothko: espiritualidad y profundidad partiendo de lo mínimo. Creo que en un texto que escribí a un padre-amigo-artista ella aparecía como “la mirada que posee autenticidad”.
La belleza necesita tanto la luz como la oscuridad y, es la forma, su espacio y su tiempo, lo que la hace rápida o perezosa. Belleza en la que contemplamos masas a base de lapiceros –matiz- y que nos traduce la vida, y la no-vida: unos paisajes de tiempo, un pasaje al tiempo.
Plasticidad, valentía, composición, profundidad, poesía, voluntad, energía, paz. Este es el paseo que a mí me ofrece Rosa Castellot en sus paisajes.
El dibujo, sencillo y silencioso, se desliza natural sobre el papel como ninguna otra sustancia al componer la obra artística, pero, a la vez, posee la contundencia y el carácter que permiten otorgarle a esa obra, cuando es sincera, toda su energía y protagonismo …sin reclamar nunca la atención, silencioso y sencillo. Como Rosa Castellot, así es el dibujo.
Mayo de 2009
Carlos Rosales
«Para que vayas viendo, aquí tienes un disco con unas fotografías a mano alzada», me dijo Rosa. Y me adelantó fotografiados por su cámara –sí, pues eso, ‘a mano alzada’, Rosa lo había dicho bien, apuntados de su natural, sin pretensiones- los dibujos previstos para Procesos.
Los abrí en la pantalla de mi portátil aquella misma noche de abril, a altas horas. Lo suficientemente altas como para que el silencio ahuecado en su trazo ascendiera hasta el primer plano. Estaba viendo una referencia fotográfica de unos dibujos realizados -al menos una treintena de ellos, los grandes- con técnica de grafito, a partir de fotografías que había tomado Rosa previamente. Y fue cuando pensé que estaba contemplando… ¿fotografitos? Quise creer que me estaba inventando la palabra. No lo he comprobado después. Sólo que me hizo –me hice- gracia y ahora me sirvo del término, a broma alzada.
Pero sobre todo pensé que estaba contemplado en todos los casos, fuera cual fuera su procedimiento, su proceso, una textura de silencio que en aquella madrugada se me inoculó como una forma de calma y de eternidad. El silencio es –al menos para mí, espectador- el gran tema de los dibujos de Rosa Castellot. De entre todos ellos, los que denomino fotografitos son su plasmación más elocuente. El silencio horizontal del Delta, de la chopera, del hayedo, del trigal; o el vertical de los barrancos canarios. El silencio en blanco y negro. El silencio natural.
En estos dibujos, el trabajo del grafito adquiere una cualidad de emulsión fotográfica, como de placa antigua. El fotografito parece un negativo impreso en cristal. Podríamos aplicarle lo que decía Barthes de la propia fotografía: que «pertenece a aquella clase de objetos laminares de los que no podemos separar dos láminas sin destruirlos: el cristal y el paisaje»1. Pues volviendo a la noche en que vi Procesos sobre el cristal de mi ordenador. Hubo un dibujo que me paralizó. En cuya presencia me dije: éste es el fondo, la imagen prima. Lleva por título “Frío y silencio”. Y prefiero que lo vean. No quiero yo romper esa placa con mis palabras. Sólo diré que su nieve, la nieve que dibuja Rosa en ésta y en otras ocasiones, da la medida exacta del silencio al que me refiero, el que presiento. La nieve dibujada por Rosa es la nieve leve, como traducía preciosamente Cabrera Infante el snow falling faintly que cerraba (que cubría) Los muertos de Joyce. La nieve de Rosa equivale en otras imágenes suyas al mar, o a las nubes, que cuando más me impresionan en estos Procesos aparecen teñidas por una nocturnidad plateada y fijadas por un punto de congelación.
Rosa fotografía y grafitea del natural con levedad, con discreción, con distancia, con pulcritud, transformando –es parte del proceso, supongo- la naturalidad en una suerte de irrealidad en escala de grises o en color, en una naturaleza levemente fantástica. Su arte final, su fotografitismo, me recuerda mucho la distinción que Cartier-Bresson –un apasionado de la pintura, antes que fotógrafo profesional- realizaba entre dibujo y fotografía. Él consideraba el dibujo, frente al proceso fotográfico –y lo decía él, el fotógrafo que era Cartier-Bresson-, una ‘grafología elaborada’, la verdadera consciencia del instante registrado (y decisivo). Estaba convencido, en fin, de que «la fotografía es una acción inmediata y el dibujo una meditación»2. Rosa Castellot destila en este centenar de dibujos suyos una misma meditación límpida y cartesiana me atrevo a decir (eso también le hubiera complacido a Cartier-Bresson), sobre el ideal de un paso invisible y silencioso sobre el paisaje: una grafitología.
Que Santa Lucía (la de Ocón) te conserve la vista, querida amiga.
1 La cámara lúcida, Paidós Comunicación, Barcelona, 1990, p. 33; traducción de Joaquim Sala-Sanahuja.
2 Notas de abril de 1992, recogidas en L’imaginaire d’apres nature, Fata Morgana, Cognac, 1996.
Es infrecuente que un creador de cualquier género espere a lograr la plenitud de sus posibilidades expresivas para decidir hacerse patente, para romper un largo silencio, un aislamiento artístico voluntario o sobrevenido, y hacer eclosionar de cara al público una inesperada obra madura.
Rosa Castellot es una artista que ha elegido como estrategia vital el retiro y la discreción, a pesar de disponer de una sólida formación y haber disfrutado del ejercicio dilatado de su vocación pedagógica, precisamente con jóvenes artistas impacientes.
¿Por qué, para qué se dibuja?. En la mayoría de las ocasiones para representar la realidad, aunque cierta irrealidad ha acompañado siempre a la representación artística realista. Toda representación es una interpretación, una reducción más o menos cargada de sentido y significado con una utilidad práctica para quien la realiza. A lo largo del tiempo Rosa ha puesto en marcha una reflexión silenciosa que elegía el dibujo como la técnica artística más adecuada para apropiarse de la realidad y hacerla benévola en la medida de lo posible: un instrumento casi mágico propiciador de afectos, protector ante la desdicha o la pérdida, ante el simple paso del tiempo. No es una actitud nueva y en ella coincide con los maestros antiguos y los tratadistas más perspicaces. Rosa Castellot ha optado decididamente por la belleza como herramienta terapéutica, y ha puesto a su servicio todos los recursos técnicos dominados con esfuerzo y tenacidad (atmósferas, claroscuro, profundidad, línea, trazo, gesto, composición, sanguina, grafito), un amplio bagaje de corrección formal y técnica para llegar a conquistar un lenguaje creativo propio.
El camino habitual es siempre el mismo: el paso desde la percepción a la representación a través de una expresividad particular, de una rica sencillez que pretende reflejar lo que se vive, lo que se ama, lo que nos emociona. Así, el trabajo se va convirtiendo en un catálogo de afectos, en un inventario de devociones privadas, pequeñas, hermosas: el espacio visual se ha convertido en espacio emotivo.
El origen material de las series de dibujos que ahora hace públicas Rosa tiene también una procedencia humilde: el aprovechamiento de trozos de papel sobrantes de otros trabajos profesionales. Ese soporte doméstico, ese pequeño formato y la ausencia radical de sofisticación redundan en los valores cordiales antes señalados.
¿Y los temas?. ¿Qué dibujar?. Solo lo que nos importa, lo que nos interesa: la vida de todos los días. Las predilecciones de Rosa están claramente en su entorno: sus paisajes, los objetos que la rodean, las personas a las que quiere.
En su obra hay un reconocimiento de la naturaleza, del entorno elegido, del retiro amable. Son paisajes con nombre, personalizados, con una carga de significado para la comunidad y para quien los selecciona y refleja; paisajes plenos de atributos, en los que pasan cosas, en los que pasa la vida, a veces como un torrente y otras como un río caudaloso.
Los objetos cotidianos, segregados de su entorno, dejan de ser inanimados y, convertidos en sentido, se cargan de sensibilidad. La realidad es así sustituida por su quintaesencia: sólo perdura (porque sólo interesa) lo específico, lo distintivo, lo indispensable.
Una hermosa tradición sitúa el origen simbólico del dibujo en el silueteado de la sombra de una persona amada para preservar su recuerdo en la ausencia. Esa es una característica de muchos de los retratos de Rosa Castellot: son retratos sugeridos, suficientes en sus contornos, una especie de ámbito en el que encuadrar los recuerdos más vivos, los de los seres más próximos por más queridos. La precisión de los detalles faciales queda en manos de otros procedimientos de la mente, dinámicos, móviles, abiertos. Hay una renuncia voluntaria al retrato cerrado, congelado, en beneficio del establecimiento de marcos en los que incluir el vívido recuerdo personal que vence la distancia; estos retratos son un medio para verse en los otros, como un acto de amor de quien dibuja hacia los dibujados. El deseo de verosimilitud, el intento de lograr una vera efigie, queda relegado y se convierte en un recordatorio dinámico. Una muestra más de que el arte sigue siendo “una cosa mental”.
Es de agradecer que un complejo mundo artístico con vocación y destino absolutamente privado, concebido para el disfrute personal del círculo íntimo de su creadora, haya podido plasmarse y hacerse público a través de esta exposición, convertida a su vez en elemento catalizador para que sucediera lo que, inevitablemente, tenía que producirse: el encuentro de dos miradas poéticas con notables equivalencias en sus intereses y en la manera de acercarse a la realidad, la visión literaria de José Ignacio Foronda y la plástica de Rosa Castellot. Que esta confluencia se haya materializado en este libro es un motivo de alegría para todos y de agradecimiento hacia los dos.
Francisco Gestal
EXPRESIONISMO ABSTRACTO FRENTE A REALISMO ACADÉMICO
Manchas o sombras.
Rayas o pajas.
Nada o nieve: lápiz, luz.
LA LLANADA
«Divino gozo, la imprevista
lección abierta del paisaje».
R. Alberti
Un día más me cruzas,
como llevan haciendo
siglos los hombres, pero tú
no pretendes mis frutos: tú me miras.
Y con tu pensamiento vas
perfilando las lomas del Cabezo,
del Montote y La Mata,
persiguiendo el volumen
de almendros que vigilan viñas de oro,
moviéndote al albur
de una brisa que agita el cereal.
Un día más me cruzas,
como llevas haciendo tantos años,
rumbo a una vida que hace tiempo
se escapó de estas tierras.
Y en tu camino ves
alejarse esas ruinas,
obras de hombres que el tiempo ha derribado.
No queda nada del corral
de Pedro Alcalde, de la casa
de Madorrán ni de los chozos:
apenas unas piedras que te ignoran.
Hoy el cielo está oscuro en la Llanada.
Parece que una reja
ha movido las nubes
dejándolas dispuestas a la siembra.
Y entre esta tierra falsa y mi horizonte,
una luz que se cuela.
Esto es lo que buscabas
esta tarde cruzando la Llanada.
Ni líneas ni volúmenes,
ni firmeza ni historia:
sobre mi eternidad de tierra
un instante de luz.
MAGISTERIO
Nada más levantarme
me asomo a esta ventana
que cada noche cierra el dormitorio
y me quedo mirando
cómo la luz dibuja este paisaje
en el blanco papel del nuevo día.
Después de tanto años no encontré
mejor maestro que el amanecer.
LA MALVIZ
Aunque mis patas sean
alambre frío,
mi cuerpo un globo,
carbón mis plumas,
no moriré del todo
mientras me miras.
Ayer volé en la bruma,
canté en el árbol
cuidé mis crías
y encontré al cazador,
pero no he de morir del todo
mientras me miras.
Quédate, amiga,
mira el milagro roto,
alas de nada,
aire sin melodía.
Puedo volar contigo
cuando me miras.
LA RAMA DE PEREJIL
Te arranqué,
te piqué,
te majé.
Te cocí,
te guisé,
te comí.
Pero hoy,
perejil,
no hay fogón.
Mesa sin mantel:
solo goma, luz,
lápiz y papel.
Y ahora tú,
perejil,
vas a cocinarme a mí.
PURA PRESENCIA
«Solo nos conmueve lo invisible».
T. Jouffroy
No necesitas dibujar su rostro
para tenerle cerca,
para sentirlo tuyo.
Te bastan unos trazos de grafito,
líneas firmes, volúmenes sin sombra
y un plano de sutiles perspectivas.
Estás cansada de perfilar cejas,
de capturar miradas,
de trazar pómulos y frentes.
No quieres responder por otros labios
ni poner en las caras
el espejo de un tiempo compartido.
Y al mirar el dibujo
encuentras un retrato
vacío en el que puedes
leer esa pregunta
cuya respuesta sabes:
pura presencia, firme cercanía.
TRIUNFO
¿Cuántos años de vírgenes?
¿Cuántos metros cuadrados
de sagradas madonnas?
¡Qué inútil colección de hijas de Dios!
No, no. Mira estas piernas,
firmes columnas que sostienen
ningún misterio: solo vida,
sin santidad ni mística.
No es un acto de fe lo que estás viendo,
es simplemente el triunfo de la carne.
MILAN & STAEDTLER
No es un mundo pequeño este pequeño mundo. Está hecho de paisajes eternos y con frutos del tiempo que se detienen ahora.
No es un mundo pequeño este pequeño mundo. Está hecho de horizontes y rincones, de lugares ajenos y sitios comunes que se detienen aquí.
No es un mundo pequeño este pequeño mundo. Es una vida en manos de una goma y un lápiz.
BIBLIOGRAFÍA
Libros
RAMÍREZ CODINA, Juan Ignacio. La novela del tiempo en diez mil versos. Capítulo 1 Solos.
Barcelona, El Cobre, 2014
Catálogos de exposiciones individuales
BALANZA, José Carlos; LEZCANO, Francisco. Rosa Castellot. Cielo y Tierra, Las Palmas de Gran Canaria, Centro de Iniciativas de la Caja de Canarias, 2012.
BELTRÁN, Fernando; SÁNCHEZ, Bernardo; LASANTA, Jesús; ROSALES, Carlos; CASTELLOT, Rosa, Rosa Castellot. Procesos, Logroño, Fundación Caja Rioja, 2009.
GESTAL, Francisco; FORONDA, José Ignacio. Rosa Castellot. Un pequeño mundo, Logroño, Ayuntamiento, 2004.
ORDÓÑEZ FERNÁNDEZ Rafael, Senderos y riberas; SOTÉS RODRÍGUEZ, Victoria, El paisaje como metáfora, en Rosa Castellot. Las orillas, Zaragoza, Ayuntamiento, 2016.
SÁNCHEZ, Bernardo; LASANTA, Jesús; ROSALES, Carlos, Rosa Castellot. Silencio. Valladolid,
Diputación de Valladolid, 2009.
Catálogos de exposiciones colectivas
El Rioja en las manos, Logroño, Gobierno de La Rioja, Consejería de Agricultura, 2009.
Baldor Ortíz, Susana; Fernández Crespo, Cristina; Yoldi López, Mónica. Una rosa amarilla, Logroño, Cultural Rioja. Ayuntamiento de Logroño y Consejería de Desarrollo Económico e Innovación del Gobierno de La Rioja, 2017.